Quizás el hastío de mi exhausto año laboral me hace cada curso, sobre el mes de mayo o junio, volcarme en algún suceso de actualidad y empaparme de cuantos más detalles que sobre él encuentre por doquier.
Esto es lo que me ha ocurrido con el fallecimiento de la cantante londinense Amy Winehouse.
Reconozco haber pensado que la primera canción que de ella escuché, se trataba más bien de una broma musical. Una chica proclamando a los cuatro vientos que no se sometería a rehabilitación de su adiciones a las drogas y su dependencia del alcohol, ya que su único problema en la vida era que su novio, aún más dependiente de dichas sustancias adictivas, la había dejado. Todo ello “regado” con un sencillo y pegadizo estribillo que llegaría, a buen seguro, a ser entendido en lo más recóndito de nuestra tierra. Sus letras no son la poesía de su admirado Lord Byron, pero hay algo en ellas que me complace.
Y dejándome llevar por esa avidez lectora, me encontré delante de un libro sobre su vida.
No voy a entrar en la crítica de dicho volumen, aunque si alguien me la pide, seré parca en palabras: es un auténtico despropósito “sacadineros”.
Si bien, le libro me ha servido para darme cuenta de lo frágil que una persona puede ser, de lo sola que una mujer se puede sentir aún estando rodeada de músicos, managers, peluqueras de moños imposibles....etc, en definitiva, de las tremendas carencias que Amy poseía. No voy ahora a juzgar si ser hija de padres separados la haya marcado en su futuro, pero la falta de contacto con alguno de sus progenitores la había estigmatizado para siempre.
Y como complemento al libro, me he pasado bastantes horas viendo sus vídeos, escuchando sus canciones o viendo terribles imágenes de su alocada vida. Muestra de ello es su último vídeo rodado en Budapest, a escasas horas de su muerte, en el que nos muestra a una Amy entregada totalmente a la bebida, sin poder articular canción ni verso completos. Sola, a pesar de estar rodeada de gente. Sola, a pesar de todo.
Fiel reflejo de la sociedad que hoy nos rodea era Amy. Lo quiero todo y lo quiero ahora. Sin control sobre su vida, jugando una y otra vez con la muerte, ésta le ganó la partida. Y a pesar de que algunas de sus canciones llevaban el mensaje de la alegría de vivir, otras, la gran mayoría, eran tan tristes como su solitaria vida en el bullicioso y a la vez vacío Candem.
Muchos le han dejado a la puerta de su casa sus objetos más deseados...Sin embargo nadie le dejó en la entrada de su casa lo que ella siempre quiso poseer: el cariño, la cercanía y la comprensión de su familia. Todos se lo demostraron pasada su muerte, pero todo le llegó tarde...muy tarde...