Pasan los años y te vas dando cuenta de que tu vida se reduce a un cuadrado. Un cuadrado en el que las expectativas de una vida mejor se esfuman. No todo en el vida es el dinero.
Paso mi vida en ese cuadrado, no salgo de él. Circunstancias de la actualidad no me dejan. No hace falta abrir un periódico para saberlo.
Es casi mi vida, y en ocasiones renuncio a mi vida por seguir dentro de ese cuadrado.
Cuando salgo de él, siempre es con la esperanza de que alguien me muestre un triángulo, un círculo..... y que escuche lo que pasa en mi cuadrado.
Pues es que “no”. Y es que no, todos los días... Todos tienen cosas más importantes que contarme, todos tienen siempre más que yo... Cuando me dispongo a contarles lo que es mi vida dentro de ese cuadrado, o no interesa o me miran fijamente a los ojos. Señal inequívoca de que no te escuchan, para dar al traste con mi relato y pasar a contarme ellos su vida fuera del cuadrado.
Si a todo eso unimos las ganas que tiene todo el mundo de decirme lo que tengo que hacer, entonces ya la situación se complica. Y ya me da todo igual.
Antes peleaba, me rebelaba contra todo y contra todos. Pero eso ya se acabó. Ahora me dejo llevar, no hago comentario alguno...Me encierro de nuevo en mi cuadrado que es realmente, al final, el que me escucha sin réplica, el que no me tiene nada que contar sobre él. El que, en definitiva, es mi amigo.
Por amigo entiendo aquel que no te contradice en los momentos en los que más necesitas que nadie te contradiga. Por amigo entiendo aquel que sabe cómo respiras y lo que sientes. Después de tanto años con mi cuadrado, él sabe mucho de mí. Y lo peor es que yo sé mucho de muchos y pocos saben muy poco, o nada, de mí. Los más cercanos y los más lejanos...
Algunos lo llaman exceso de empatía. Y será así, no lo dudo. Pero estas cosas me están pasando factura. Ya estoy cansada de vivir la vida de los demás. Las ataduras son tan fuertes que quizás sean imposibles de romper. Pero poco a poco, hilo a hilo, la cuerda se está rompiendo.